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Elena Kostioukovitch: "No hay ningún autor que sea feliz"

Silvina Premat

Viernes 09 de diciembre de 2016

Cuando se la oye hablar en italiano, sólo su apellido recuerda que ésa no es su lengua madre: Kostioukovitch. Elena Kostioukovitch (Kiev, 1958) es la gran traductora al ruso de autores célebres como Pasolini, Quasimodo y, en virtud de quien se hizo más conocida, Umberto Eco. Hace tres décadas se mudó de su Rusia natal a la península itálica, donde crió a sus dos hijos -bilingües, obviamente- y aprendió a amar Milán, la ciudad donde vive. "Me siento italiana y pienso en italiano", admite durante una charla en la sede del Instituto de Cultura Italiana en Buenos Aires, entidad que la trajo al país por primera vez a presentar la edición en castellano de Por qué a los italianos les gusta hablar de comida (Tusquets). Desde su primera edición, en 2006, el libro -con algún cambio en el nombre, como Comida. Felicidad italiana- fue publicado por tres editoriales, traducido a siete idiomas y distinguido con el premio Selezione Bancarella della Cucina. Kostioukovitch, que trabaja como docente universitaria, es además autora de Sette notti (Siete noches). La novela, inédita en español, tiene como protagonista a un archivista e investigador custodio del pasado: su alter ego.

-Usted ha dicho que la traducción es el trabajo más solitario, pero ¿la voz del autor no se une a la del traductor y, entonces, no está solo al trabajar?

-Es verdad que el autor es un interlocutor siempre presente, pero al asumir su rol el traductor pasa a ser el autor y entonces sí está solo. Entre el autor y traductor no hay diálogo, sólo un canto coral.

-¿Se supera esa soledad?

-No hay alternativa. Quien hace esto vive la tragedia del trabajo intelectual, que siempre es difícil, trágico y pesado. No hay ningún autor que sea feliz.

-¿No?

-No, porque siempre está la página ideal que querés escribir y tu página escrita, que no es como aquélla. Además, si escribís una novela, podés seguir por donde te lleve el idioma, pero el texto de un autor extranjero pone al traductor frente a expresiones que debe adaptar a su idioma y quizá no sea posible. Lo que estás escribiendo se convierte en tu enemigo, es hostil, porque el material bueno es el del autor.

-¿Cuál fue la mayor dificultad de traducir a Eco?

-Eco es irónico y hablaba una lengua muy coloquial y muy rica, y, al mismo tiempo, basada en una sutil parodia. Eso te enloquece, es dificilísimo.

-También dijo que Eco daba consejos a los traductores imposibles de cumplir. ¿De dónde surge esa crítica?

-No es una crítica. El no tenía que hacer el trabajo del traductor ni explicarle la novela. Los consejos que nos daba eran como un juego para él, pero los traductores les prestábamos mucha atención y los mirábamos con lupa para buscar entenderlos.

-¿Por ejemplo?

-En una de sus novelas Eco cita una poesía muy difícil de [Giacomo] Leopardi. Nos decía que en su lugar podíamos citar a un poeta de renombre de nuestros ámbitos culturales, pero eso es absolutamente imposible. Rompería todo el encanto. De todas formas, sus consejos sirven. Por ejemplo, nos decía que cada batalla de La isla del día de antes era una especie de danza. Entendí entonces que debía tratar esa parte desde el punto de vista musical y, con mi idioma, buscar que tenga ritmo.

-¿El traductor puede ser libre?

-Tiene que serlo para poder ser fiel.

-¿Cómo es eso?

-En un momento Eco menciona il colpo del gaviano, el golpe de la gaviota, una expresión italiana que describe una manera de mover un arma. Pero en ruso "gaviota" es femenino y es un ave considerada romántica y femenina. Por eso sustituí gaviano por otro pájaro, en ruso baklano, que rítmicamente se asemeja y tiene también un movimiento especial. Hice una broma interlinguística para respetar el texto.

-¿Por qué escribe si, como decía antes, no hay autor que sea feliz?

-Porque tengo siempre la extraña sensación de que hay cosas que podría contar y de que si no lo hiciera morirían conmigo.